Manos, corazón y barro
Ante mí, en la mesa de trabajo, hay un trozo de barro, húmedo, oloroso, con la esencia de todas las tierras, todo un mundo, tan antiguo y tan contemporáneo a la vez.
Siento siempre la misma emoción cuando empiezo una figura. Puedo contar una historia. Será un hombre o una mujer, tal vez un niño, pero siempre, siempre, formarán parte del gran acontecimiento que contará una persona en su belén.
No pueden ser simples muñecos; todas y cada una de ellas deben reflejar un sentimiento. Son los actores que una vez ocupan su lugar en el escenario pueden hacer triunfar o fracasar una obra.
La creación de una figura debe unir inspiración y técnica. La inspiración, la idea, puede llegar a través de un gesto que hemos visto en nuestro día a día, a través de nuestras vivencias, por el mero hecho de mirar a nuestro alrededor y contar las historias que vemos. Antes de la realización pasaremos por la fase de información, cómo queremos representar esta idea.
Y finalmente deberemos tener la técnica y la habilidad necesaria para desarrollarla. La técnica es el vehículo con el que transmitiremos nuestro estilo, nuestra imaginación, nuestra manera de ver el mundo e incluso nuestra manera de ser. El artesano, escultor, figurista, o cualquier otro nombre que queráis darle a las personas que tenemos este oficio, dejará mucho de sí mismo en cada pieza que cree.
El material y los instrumentos no pueden ser más básicos y sencillos: arcilla y “palillos”, y sobre todo las manos, y por encima de éstas el corazón. Y también es importante dejar que el barro hable mientras lo trabajamos, ya que siempre tiene cosas que decir y enseñarnos.